Wednesday, April 9, 2008

El camino se Abre ante Mi

Abrir el corazon, perdonar, perdonarnos, reconocer que no somos culpables sino muchas veces victimas, aprender a superar, llenarnos de amor, son pasos para laa verdadera liberacion, para aprender a vivir en paz con nosotros mismos y con quienes nos rodean..

el hubiera no existe!! pero el AHORA!! el yo PUEDO!!! el me AMO!! me PERDONO..te AMO y te PERDONO!!...son ingredientes para una vida calma llena de amor, de comprension....

talvez lo que nos aqueja no es tan duro como la experiencia de Natalia..pero puede calar tan hondo como lo que marco su vida desde chica....

una historia de la vida real, para pensar, para reflexionar...para agradecer, para no quedarse de brazos cruzados....

Marzo 11 de 2008

Sobreviví

Cuando ya todos me olvidaron, conmemoro el día que rompí mi silencio y decidí sobrevivir. Mi nombre es Natalia Valiente Martínez y fui víctima de abuso sexual infantil.

Abro mi corazón y muestro mi rostro como símbolo de liberación, como un homenaje a todos aquellos que siguen amarrados al miedo, al dolor y al silencio, hablo por aquellos que aún no se han dado cuenta de que la vergüenza y la culpa son propiedad exclusiva del victimario.

Abro mi corazón y muestro mi rostro porque entendí que hay verdades que no me pertenecen. Muchas veces me preguntaron por qué calle tanto tiempo, pero solo los que hemos vivido el abuso podemos entender el horror de enfrentarse a un estímulo negativo repetitivo y el caer en una 'desesperanza aprendida' donde solo queda espacio para la angustia y el miedo y a que se haga realidad la amenaza de que 'nadie te va creer'.

El abuso

Tenía cinco años cuando empezó mi tormento. Aún me despierto aterrorizada en las noches; por un momento se me olvida que ya estoy a salvo. Vicente Concha Zúñiga no me dio oportunidad de escoger, no me dio la oportunidad de protegerme, me arrebató en un segundo la inocencia, la alegría y las ganas de vivir.

Cuando estaba sucediendo el abuso sentía como si me saliera de mí, como si mi espíritu se fuera a volar en ese momento y quedara allí solo mi cuerpo de niña maltratado.

Pero Vicente Concha Zúñiga no solo había maltratado mi cuerpo, me había 'disparado al alma' y de un disparo al alma es muy difícil sobrevivir.

Pasé noches enteras rogándole a Dios que me llevara con Él para no tener que ser yo quien acabara con mi vida; la fantasía de morir me perseguía, me despertaba en las mañanas y seguía viva. No me suicidé, pensando en mis hermanos y en mi mamá.
Una cosa era que yo amaneciera muerta por voluntad de Dios y otra que yo acabara con mi vida para que mis hermanos tuvieran que vivir con eso; yo no quería causarles ningún daño.

Tuve un intento de suicidio en la adolescencia, después de un paseo en familia en el cual fui constantemente abusada. Ingerí dos cajas de pastillas, pero al ver lo que había hecho, me induje el vómito. Soñaba con que alguien iba a llegar a salvarme de todo este martirio, pero nadie llegaba, nadie se daba cuenta.

Rompí con la familia de mi papá para evitar al abusador y protegerme. Pero mantener distancia física no fue suficiente, el recuerdo de mi verdugo me perseguía y no me dejaba vivir.

Nunca pude amar mi cuerpo, me estorbaba. Hoy entiendo mi sobrepeso. Siempre evité ser normal, busqué la manera de no ser atractiva para no sufrir más abusos y, aún hoy, cada vez que estoy angustiada me atraganto de comida tratando de llenar mis vacíos emocionales, consecuencia de años de amenazas constantes y de sentirmemuerta en vida.

José Francisco Castillo, mi abogado, me dijo que contar fue mi 'grito de independencia', último paso para la recuperación de mí misma, pero el más difícil de todos.

Hoy sé que hay personas que nunca cuentan y adultos que siguen siendo niños abusados eternamente, por el miedo a enfrentarse a la segunda y más profunda revictimizacion: que pongan en duda sus palabras o les pidan callar por lo que pueda pensar la gente, como si por el hecho de no saberse no existiera y pudiéramos borrar lo que pasó.

Cuando estaba en noveno semestre de psicología y empezamos a estudiar todos los casos clínicos de abuso, entendí muchas de mis dificultades y caí en una depresión profunda una vez más: en ese momento decido hablar con mi mamá.

El dolor es indescriptible. No era la única, el abuso sexual infantil es una 'epidemia oculta', el abusador no para, no tiene cura y no siente remordimiento.

Mi mamá me abraza y me protege. Decide enfrentar a mis victimarios, busca apoyo emocional, se prepara. Me dice que la vergüenza, el miedo y el estigma les pertenecen solo a ellos; estoy tan asustada que no lo entiendo.

Me dice que va a respetar mi tiempo, me escribe correos, que no le puedo pedir silencio porque el silencio es cómplice, que cuando él vuelva a abusar de un niño ella estaría con su silencio abusando con él, que tiene una responsabilidad con la sociedad en que vive, que cómo vuelve a mirar a la cara a sus amigos si no les cuenta para protegerlos, que nadie se lo va a perdonar.

La escucho, pero estoy paralizada, tengo miedo, recuerdo las amenazas, estoy confundida, no sé qué hacer. Pide una reunión con mi abusador y con su esposa. Jimmy, mi padrastro, le mete una grabadora en la cartera. Ella le dice que para qué. Él le contesta que uno nunca sabe lo que pueden decir.

Van a la reunión con mi papá. Mira a mi agresor y le dice: 'Estoy aquí porque sé lo que le hiciste a mi hija'. Vicente Concha confiesa. Mi papá mira a su prima, María Lucía Fernández de Castro, y le pregunta: 'Tutti, ¿tú sabías?', ella dice: 'Sí'. Mi papá se desmorona.

Mis abusadores piden perdón. Mi mamá me hace escuchar la grabación, me dice que es bueno para mí, pero en ese momento se me revuelve el dolor. ¿Y por qué tiene que ser verdad? ¿Por qué simplemente no me lo imaginé todo y estoy loca?

Prefería haber estado loca y que cada recuerdo solo fuera producto de mi imaginación. Por recomendación de la psicóloga, en búsqueda de mi reparación mi mamá exige un perdón público ante la familia y un acuerdo privado de restricción, además de la lista de los niños abusados de la familia.

Me preparo para enfrentar a mi victimario. Llega el día. Me muerdo los labios hasta reventarlos; tiemblo de pies a cabeza, lo escucho pedir perdón, no puedo creer su imperturbabilidad y su indiferencia. Pienso en mi 'infancia rota', en todas las cosas que perdí en mi adolescencia. Mi mamá me dice: 'Míralo, ya no tiene poder sobre ti'.

Él nos dice que no se va a defender, que el único culpable es él; que si acudimos a la Fiscalía, no se va a defender. Que tengo derecho a hacer con él lo que quiera, penalmente, humanamente, que se merece el castigo. Hoy estoy convencida de que mi abusador y su esposa, en esa reunión estaban seguros de que todavía me podían manipular.

Nunca se imaginaron que yo ya estaba liberada, que sí iba a denunciarlos. Tras mi denuncia, buscó abogado y se defendió. El arrepentimiento le alcanzó hasta el momento de la indagatoria. Mi mamá le pidió autorización a Vicente Concha Zúñiga para grabar cada palabra; yo tengo las pruebas.

Cuando Vicente Concha y su abogado posteriormente alegaron prescripción, como única defensa posible, yo tuve la tranquilidad de sentir que, prescrito o no, sucedió y yo tenía su confesión. Pienso en las víctimas de este país. Lloro por todos aquellos que se deben enfrentar a la justicia solo con su palabra.

La ley

La ley es la ley y respetarla es nuestro deber. Nuestros jueces y nuestros fiscales solo pueden fallar en derecho, pero enfrentarme al sistema judicial fue mi más profunda frustración.
Yo pensaba que tener una confesión explícita grabada, otra firmada y tener por testigos a todos los miembros de la familia, eran motivos suficientes para dejar a mi agresor permanentemente en la cárcel. Me tropecé de pronto con una ley imperfecta, ni cercanamente ajustada al rigor que debía tener.

Mientras en otros países no aplica la prescripción para estos delitos porque entienden que el que cuenta es el adulto, la cadena perpetua existe; a los hombres con este trastorno, después de cumplir su condena no les permiten vivir cerca de colegios o guarderías y les hacen seguimiento estricto informando su delito a la comunidad.

Siento que en Colombia campea la impunidad. Hoy mi agresor es cristiano, miembro de la Iglesia Cristiana del Centro Bíblico Internacional. Él afirma que Dios ya lo perdonó. Su situación jurídica está en suspenso mientras la honorable fiscalía delegada ante el Tribunal de la ciudad de Barranquilla desata el recurso de apelación que se interpuso desde junio de 2007.

Mi familia

Mi mamá es el motor de mi vida. Hoy le doy gracias por haberme sacado de ese hueco oscuro en el cual estuve metida por muchos años; desde el momento en que se enteró fue la cara de todas las ideas y las cosas que yo hubiera querido hacer o decir.

Cuando habló ante los medios y dijo que mostrar el rostro de un abusador era un acto de responsabilidad social ineludible, que el nombre de las victimas no era el importante, solo el nombre del victimario, fueron los primeros momentos en que empecé a sentir que lo que me había sucedido no era mi culpa, que yo no me lo había buscado y desgraciadamente yo había sido una víctima más en el camino de Vicente Concha Zúñiga.

El único responsable era él. Mucha gente dijo que ella me influenciaba a mí, pero lo que no saben es que yo soy la gran influenciadora en la vida de ella. Mi papá, cuánto dolor e impotencia en sus ojos, cuantos gritos ahogados, lleva en sus hombros mi dolor, su dolor, el de su familia.

Nada para el volvió a ser igual, las pérdidas son muy grandes. Papá-amigo,desde su intimidad me apoya, me abraza y me impulsa a que sea feliz.

Mi prima María Lucía Fernández de Castro, inconformidad de inconformidades, la mujer, la madre, mi sangre, símbolo del silencio cómplice, de los que tienen en sus manos el poder de sanar y no lo utilizan, de los que prefieren inexplicablemente ocultar, no liberar, de los que no ven que cuando encubrimos a un pedófilo estamos consintiendo y patrocinando el abuso.

Cinco años de silencio, cinco años. Mi mensaje Denunciar valió la pena. El silencio sólo consigue que se perpetúen la infamia y el dolor de víctimas inocentes y al único que protege es al delincuente. La gran victoria es haberlo roto. Tenemos la obligación de denunciar y debemos seguir atreviéndonos.

Denunciar valió la pena si conseguí 'mostrar el rostro' sólo de uno, porque ese ya no va poder hacer más daño. Valió la pena en la medida que hicimos conciencia de que las preguntas no son ¿Cuántas veces fue? ¿Dónde fue? O ¿Cuántos años tenías? Las preguntas importantes van relacionadas con: ¿Cómo te sientes? Y ¿Qué vamos a hacer para que no se repita? Necesito decirles a las víctimas que la reparación no está en la condena, en un fallo judicial, la reparación la hace la sociedad cuando se une para protegerse y repudiar estos hechos.

El camino se abre ante mí. Mi sonrisa, mis sueños y mi alegría los pongo al servicio de la vida. El camino se abre ante mí, porque yo vengo abriendo caminos.


POR NATALIA VALIENTE MARTÍNEZ

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